viernes, 17 de junio de 2011

El Motoquero

Mi madre nunca me ha impuesto demasiadas reglas en la vida. Nunca me prohibió fumar cuando me vicié con los cigarrillos mentolados a los 14 años, o nunca me prohibió tomar cuando llegaba en calidad de bulto a casa, con una bolsa colgándome de las orejas.

Desde los 18 años que se apiada de mis cañas, pues tiene claro que el alcohol se transformó una especie de lubricante para pasar la vida, y desde que tengo 21 que fuma marihuana ocasionalmente, al igual que yo. Al igual que mi hermana.

Debo hacer la aclaración de que nunca he sido un desastre de hija, quizá algo depresiva, complicada, cerrada, y estricta conmigo misma (sí, soy muy estricta en mis principios), pero nunca descarriada. No repetí un solo curso en el colegio, y voy en cuarto de periodismo con sólo un ramo aproblemado.

No soy una niña bien, soy buena persona y ahí se acabó el asunto.

Pero!!! (siempre debe haber un pero) la única prohibición que tuve fue subirme a la moto del Motoquero.

Alto, encuerado hasta los dientes, sexy como él solo, y algo mayor que yo. Mi mamá estaba atacada. "Ale, porfa, no te subas a esa cosa...." me pedía, pero sabía que no podía prohibirme nada. Nunca lo había hecho, y esa no iba a ser la ocasión.

Pero la muy viva, un día llega y le prohibe derechamente a él: mi hija no se subirá a tu moto. Corta.

El hueón pussy le hizo caso...
A mí en realidad no me excitaba la idea de la moto, nunca me han llamado lo suficiente la atención, y mi mamá igual me lavó el cerebro al respecto: son armas.

Pero un día, la alcoholizada Ale, tenía ganas de un poco de acción.

- Ya po weón, no seái mina... ni yo le hago caso a mi mamá... - le suplicaba "tiernamente".
- No, Ale, en serio, no quiero tener dramas con tu vieja - me respondía él, agarrándome de las muñecas para que no me subiera a su monstruosa Renegade 250 Cruise.

Yo tan ebria, él tan sobrio. Yo tan mina, él tan pussy.
Entonces, con la astucia femenina que los varones odian, me atrevo a decirle: entonces, me voy sola, no quiero que me vayas a dejar... chao.

Me puse a caminar, con una botella de cerveza por la Alameda. Zigzagueando indignamente a eso de las 4 AM (la hora no la tengo muy clara, comprenderán).

Pasó lo que tenía que pasar:
- Ya, Ale, no te pongas tonta.
- Déjame, no quiero estar con hueones cobardes... me dan pena.
(silencio)

Me dejó seguir caminando sola. Zigzagueando entré por calles, como por inercia. Puse "modo automático" y no sé cómo me eché a andar por el camino correcto.

Llegué a casa, no sé cómo. Cerré la reja y escuché el "rrrrrrrrrr" de la moto alejarse. El motoquero me siguió todo el camino a casa. No me dejó sola... pero me importó una hueva.

No lo vi más.

De vez en cuando me llamaba para saber cómo estaba, y si le decía que estaba enferma, se ofrecía a cuidarme, o me mandaba un mensaje cada noche deseando que me recuperara pronto para volver a vernos luego.

Por supuesto... nunca más lo vi... él se merecía una mina que pudiese subirse a su moto.

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