Habían semanas enteras que no había dinero ni siquiera para comprar pan, así que mi mamá le pedía prestado dinero a mi nana, o “tía Rita” como le llamábamos con mi hermana. Así no más, mi mamá le pedía dinero prestado a la nana. ¿Por qué teníamos nana a pesar de no tener dinero? Bueno, la Rita nos cuidaba porque llevábamos años junto a ella, y mis padres debían trabajar el doble para poder tener un poco de dinero, y consideraban que aún éramos demasiado pequeñas para quedarnos solas en la casa, cocinar, etc. Entonces, básicamente la Rita les hizo el favor de trabajar para ellos un tiempo más hasta que pudiesemos ser autovalentes, o por lo menos aprender a freír un huevo y hacer fideos.
La Rita iba a la casa y nos cuidaba medio día, sólo lo suficiente como para dejarnos hecho el almuerzo y conversar con nosotras. Un amor la Rita.
A veces iba con su hijo pequeño porque no tenía con quién dejarlo tampoco... eran tiempos difíciles para todos: plena crisis asiática.
Cuando crecí, seguíamos pobres, y nos fuimos a Huasco porque ahí le ofrecieron un trabajo a mi papá. Vivimos en una parcela, teníamos pollos, tórtolas, perro, tuvimos un cabrito e incluso un chancho que nunca conocí porque mi papá no quiso que me diera pena cuando tuviésemos que comérnoslo (pobre chancho, ni nombre llegó a tener...).
Mi hermana se agarró una pedículosis que le duró alrededor de dos años, y por ende, yo también tuve piojos periódicamente. Resulta que la linda no se preocupaba de exterminar los piojos de su cabeza, y yo sí, pero ya cuando los había exterminado, ella se encargaba de regalarme un par más para que los criara en mi linda cabecita un periodo más.
En Huasco tuve una sola amiga, porque en mi colegio también me odiaban por venir de una ciudad más grande, o sea, en el colegio que llegara encontraban “buenas” razones para odiarme. Además volvieron las burlas, pero esta vez no por “negra” (porque ciertamente que el color de las pieles de mis compañeros eran igual o más morena que la mía), esta vez sólo por “cuica”, “pesada” y “peluda”, sí señores, y no era que me hubiese dejado de depilar, sino que cuando una niña tan peluda como yo, crece, le junto con ella crecen más pelos de los necesarios por todas partes: cara, brazos, espalda, abdomen.
Al año de vivir en Huasco nos cansamos de todo: pueblo chico, pocas cosas qué hacer, y mi mamá no conseguía trabajo y se aburría mucho. Además secretamente mis padres habían tenido los suficientes dramas como para decidir que se debían separar por el bien de la humanidad completa.
Así que nos fuimos a vivir a La Serena con mi mamá, dejando atrás a mi única amiga en Huasco, y a mis apestosos compañeros. Llegué a un colegio de puras niñas, así que no fue tan terrible aquello de los vellos corporales. Si bien me molestaban, sabía que ellas también tenían sus defectos y complejos así que con mujeres fue más fácil controlarlo. Por más que se crean la raja, lo más mino sobre la tierra, siempre las mujeres se acomplejan, ya sea por piernas muy cortas, muy delgadas, muy largas, pelo no tan largo como lo quieren, color de piel no tan blanco, no tan oscuro como quisieran, nariz de gancho, pómulos prominentes, que otras no tienen pómulos... para una mujer, siempre hay algo por lo que acomplejarse.
Continuará... aún...