miércoles, 20 de abril de 2011

Las historias oscuras y deprimentes se me dan fáciles. Para serles sincera, amo los días grises, ¿y si llueve? ¡Mejor!

Las historias de las que les hablo siempre tienen tristeza, melancolía, soledad. Cosas que bien conozco. Conozco a las personas solas, melancólicas, nostálgicas de los tiempos pasados. Cuando éramos niños y jugábamos sin importar nada más.

Conozco esa sensación perfectamente. Extraño jugar con tierra, juntar chanchitos de tierra en una caja de zapato, y en otra los caracoles. Extraño mirar cómo los caracoles se deslizan por el ventanal de la gran casa en la que viví.

Me encantan sin embargo, las historias que no cuentan de niñez, sino de la transición a la adultez. Ese miedo injustificado a seguir creciendo. A seguir alejándote de esos días que les hablo, en los que teníamos cayos en las manos por colgarnos de los fierritos del parque, o las rodillas peladas por las caídas en patines y bicicleta.

Las lágrimas, el llanto, la risa, las caídas, el sexo, las drogas, los estados de embriaguéz, las fiestas distorsionadas, lo banal, lo importante, embarazos, y más llanto... todo eso, me gusta más que las historias de "Mazapán".

Las historias de fantasía se las dejo a Walt Disney... a mí déjenme las rancias, que me divierten mucho más.

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