domingo, 27 de marzo de 2011

5.54 AM


Me quedó mirando, y supe que era uno de aquellos momentos en que se supone que deberías voltear, mirarlo, y acercarte lentamente al beso de despedida... pero no pasó así, porque las vías tradicionales no funcionan conmigo, y porque ya no éramos los mismos personajes. Entonces, me quedó mirando, y yo me hice la hueona: mira allá, ¡¡Qué entretenido!!, uno de esos señores con un loro enjaulado y una caja bulliciosa me salvó el día.

No quería besarlo, me daba lata, y sinceramente era innecesario... todo había sido tan entretenido, que besarlo hubiese sido un error, y eso estaba clarísimo. Me despedí sin mirar su rostro, sólo le dije adiós, porque si empezaba con mi típico discurso de despedida, hubiese tenido que ver su cara... y me dolía en el alma tan solo imaginar que pudiese estar triste...

Toqué su mejilla, me sabía el camino de memoria, así que traté de no toparme con sus ojos. Al acercarme sentí el aroma familiar que me impulsaba a abrazarlo, al parecer a él también le sucedió, sólo que él era distinto a mí: un cobarde impulsivo. ¿yo? Una cobarde con muy buena fuerza de voluntad.

Me abrazó y lloré... seguí sin mirarlo... pero no fue necesario: estábamos los dos tan tristes como siempre. Una imagen demasiado triste para estar yo en ella. Me sentí muy incómoda y patética.

Prendí otro cigarro... sólo por desagradarle... no tenía sentido que siguiera agradándole. No tenía sentido dejar de fumar, cuidarme o querer prolongar mi vida dejando el pucho... nada de eso tenía sentido, ya nadie le importaba, ni siquiera a mí.

Esa fue la última vez que nos vimos.

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